Tengo tantas cosas que contar relacionadas con Max que me da miedo no hacerlo bien. Y además no sé por dónde empezar. Si me pongo en el ahora puedo deciros que ya está llamando mi atención para salir al paseo. Ha venido moviendo el rabo desde el sofá, su lugar favorito y se ha dado una vuelta por mi mesa de trabajo. Con su cola limpiaparabrisas ha movido el ratón y yo le he dicho: “Pero bueno… “, así que él se ha vuelto y me ha dado una prórroga. Pero ha dejado claro que me observa y por si no me había enterado ha exhalado un largo suspiro de resignación.
Él sabe que estoy convaleciente y que para mi recuperación necesitamos el paseo. Pero hoy me he propuesto comenzar este escrito y tengo una extraña sensación al utilizar mis dos manos y nueve o diez dedos para teclear.
Así que adelante. Son ya casi seis años que convivimos juntos y hemos pasado por las más variopintas situaciones y después de darle unas vueltas, que han durado meses, me decido a escribir nuestro libro. Con Max he podido experimentar con mi responsabilidad como si hubiera tenido un hijo. Aunque él no es para mí un hijo. Acaso un compañero de piso o, como lo siento, un verdadero maestro. Hemos aprendido mucho en este tiempo, y sin duda yo he sido el más beneficiado.
En estas lineas o páginas quisiera transmitiros algunas de estas enseñanzas, aprendizajes o aventuras. Con el tiempo me está resultando difícil distinguir dónde empieza él y dónde acabo yo, sobre todo en las decisiones que afectan a ambos. El caso es que por fin empezamos el viaje, decididos como argonautas, y animados por las causalidades y el destino. He elegido el formato de blog, aunque nuestro propósito sea otro, pero así amigos íntimos podrán ver nuestro avance, encauzarnos con sus opiniones, y mostrarnos caminos cuando el nuestro se haya atascado. Ese, al fin y al cabo, es nuestro aprendizaje: encontrar caminos. No de otros, sino el que nos corresponde abrir con nuestra vida.
Os habréis dado cuenta que hablo en plural, la mayoría de las veces. Y es que Max y yo somos muchos, somos mucho más que dos, que creo que cantaba Nacha Guevara, musicó Alberto Favero, según un poema de Mario Benedetti. Este que pongo a continuación:
Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro
tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero
y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola
te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Esa es la sensación primera que tuve después de que se consumó la adopción: ahora ya éramos un plural. De ese hecho he tenido agrados y disgustos. Disgustos porque él no sabe quedarse solo. Y yo estaba constantemente en casa. Él lloraba amargamente cuando empezamos a hacer los ejercicios que la entrenadora que contratamos nos recomendó. He de decir, a pesar de los múltiples programas televisivos de adiestramiento, que la entrenadora debía llamarse entrenadora de humanos y perros. Pues de otra manera la cosa no funciona.